¿Qué es, cómo se hace y para qué sirve la teoría.? Aportes desde la sociología y sus márgenes (2024)

Introducción a la cuestión

El presente trabajo parte de un interrogante fundamental para la sociología: ¿qué es la teoría?1, o, quizás, expresado con mayor exactitud: ¿cuál es el plano teórico de la sociología? Lo anterior deja entrever ciertos supuestos, por ejemplo, el de la distinción, dentro de la disciplina sociológica, entre un plano teórico y uno no-teórico o empírico. De aquí se desprende otra serie de interrogantes: ¿qué distingue el trabajo teórico del empírico?, ¿son efectivamente tipos distintos de trabajo sociológico?, y, en el caso de una respuesta afirmativa, ¿son excluyentes por ser diferentes?, ¿son, incluso, antagónicos?, ¿es posible la autonomía de la teoría o, en otras palabras, es posible la constitución de un campo o subcampo de la teoría sociológica, como lo hay de cada uno de sus temas de estudio sustantivos?2

Profundizando en esta esta misma línea de pensamiento, ¿cuál es el fundamento del conocimiento sociológico?, ¿las experiencias empíricas de los hombres?, ¿las categorías teóricas con que aprehendemos, o construimos, esas experiencias? ¿De dónde proviene el dato o el hecho sociológico, teniendo en cuenta que, en definitiva, tanto la experiencia como la teoría nos llegan en la forma de textos o discursos (sean estos libros, artículos, estadísticas, notas de campo o desgrabados de entrevistas)? Abriendo un poco el panorama, cabe preguntarse si esta dicotomía no es, en cierta medida, heredera de aquella otra canonizada por las ciencias naturales, que divide entre la investigación pura o básica, y la investigación aplicada3.

Reduciendo la mirada al conjunto de las ciencias sociales, en cambio, es inevitable cuestionarse por otra distinción, esta vez entre teoría sociológica y teoría social: ¿qué es lo que las distingue?, ¿el hecho de que la primera se inscribe en una disciplina social específica, mientras que la segunda atraviesa a las distintas ciencias sociales?, ¿o el grado de generalidad buscado, es decir, que mientras la primera estudia aquellas prácticas eminentemente sociales (por contraposición a económicas, políticas, culturales, psicológicas, etc.), la segunda sería la encargada de brindar una mirada más amplia sobre la dimensión humana de los hombres? (Giddens, 1982).

Ahora bien, las distintas teorías implican diferentes paradigmas de pensamiento, y emerge entonces la pregunta por la conmensurabilidad/inconmensurabilidad de los distintos paradigmas e, incluso, de las distintas formas de entender lo que es la teoría. Desde una mirada sociológica, pero también de las ciencias sociales en general, los distintos paradigmas no responden a diferencias esenciales, puesto que, a pesar de toda diferencia, comparten cierta inteligibilidad, posibilitada por la capacidad humana fundamental de comunicación y comprensión que es siempre más amplia y abarca todos esos paradigmas.

De hecho, los paradigmas no solo no responden a diferencias esenciales, sino que una de las potencialidades de la sociología es, precisamente, su multidimensionalidad y su multiparadigmaticidad, dos conceptos que se desarrollarán más adelante. La multiplicidad de paradigmas es una de las ventajas de la sociología, puesto que le permite tener múltiples explicaciones para un mismo fenómeno o aspecto, al igual que explicaciones de fenómenos y circunstancias también múltiples. Cada uno de los diversos paradigmas explica una parcela concreta de la realidad social que otros paradigmas no alcanzan a explicar, o bien cada parcela es explicada de diferentes modos, pudiendo así lograrse mayor comprensión y complejidad. En este punto, se plantea que es posible entender lo que significa "hacer teoría" en tres sentidos diferentes.

En primer lugar, si se asume que se trata de una actividad elegida y definida por el sociólogo mismo, surge frente a nosotros el problema ya mencionado de la división internacional del trabajo: ¿quiénes se sienten habilitados a autodefinirse como teóricos?, ¿cómo se cruza la dimensión geopolítica con la cuestión de los intereses personales? En segundo lugar, si se considera que en realidad se trata de algo que solo podrá evaluar el campo disciplinario a posteriori, surge el problema de la constitución del campo académico: ¿qué teorías o qué teóricos triunfan o, mejor dicho, cuáles pueden triunfar?, ¿cómo se despliega la cuestión de la posesión de capitales, de trayectorias, de posiciones ortodoxas y heterodoxas, de disposiciones e intereses? Finalmente, si se piensa que "hacer teoría" es un momento inevitable de todo análisis sociológico -por más empírico que este sea-, podría concluirse que todo trabajo sociológico, toda lectura de textos o interpretación de hechos apela a categorías e, incluso, cosmovisiones, y que, por ende, todos "hacen teoría"; sin embargo, si bien este punto tiene algo de cierto, es solo la punta del iceberg: no pueden perderse de vista los constreñimientos operados por las otras dos posiciones (Bourdieu, 2008).

Se llega así a la conclusión primaria de que, para hacer teoría de manera consciente, responsable y contextualizada, primero es necesario revisar otras teorías sobre qué es la teoría y sobre cómo hacerla, es decir, rastrear aquellas reflexiones anteriores y con las que se comparten preocupaciones. Se divide este rastreo en dos partes: primero, la revisión de la bibliografía que se enmarca más claramente en la sociología como disciplina singular; y, en un segundo momento -dentro de un apartado posterior-, se revisará la bibliografía que brinde aportes a las mismas cuestiones, pero desde los márgenes de la sociología, es decir, desde el espectro más amplio de las ciencias sociales y humanas. Lo que toda esta bibliografía comparte, más allá de sus distintos acentos y focos, es la propuesta de hacer teoría, no ya a partir del estudio por autores o por escuelas de pensamiento, sino del estudio de ideas, nociones, conceptos, problemas, ejes, dimensiones, etcétera.

La propuesta anterior se basa en la premisa de que existen ciertas ideas, nociones, conceptos, problemas, ejes, dimensiones, etcétera, que son comunes, subyacen o abarcan a teorías distintas4. Sin embargo, y a pesar de este rasgo compartido, emerge todo el tiempo una tensión entre la pretensión de poner en diálogo teorías distintas, y la potencial pérdida de singularidad de cada una de ellas. Nuevamente, se trata del problema de la conmensurabilidad/inconmensurabilidad de las distintas teorías, y los peligros que acechan la labor son, por un lado, el riesgo de reduccionismo y, por otro -tan importante como aquel-, el de aislacionismo. Para evitar ambos riesgos, se verá primero cada "teoría sobre qué es teoría y/o sobre cómo hacer teoría" de manera separada, y solo después se intentará trazar unos denominadores comunes en las conclusiones (Alvaro; Fraga; Haidar; Sasín; Trovero, 2014).

Los aportes de la sociología

Dentro de la sociología, entonces, el primero que dedicó libros enteros a tratar las cuestiones aquí mencionadas fue Talcott Parsons, con su propuesta de "teoría sistemática". Parsons entiende a la teoría como una generalización conceptual, y esta puede ser de distintos niveles de abstracción. En el nivel menos abstracto están las teorías discretas, aquellas que versan sobre fenómenos particulares del mundo empírico. Estas teorías, según el autor, deben poder articularse en un "todo coherente" de manera lógicamente interdependiente, es decir, deben poder formar un sistema, con lo cual se arriba a un nivel de abstracción mayor, la "teoría sistemática", el ideal de la propuesta parsoniana5.

Las funciones de toda teoría son la descripción y el análisis de la realidad social; sus metas, la explicación causal y la construcción de leyes generales. Toda teoría tiene elementos estáticos -definiciones- y elementos dinámicos -explicaciones-, y por ello toda teoría, así entendida, debería ser estructural y funcional a la vez, pues la estructura la dan las definiciones estáticas y la funcionalidad la dan las explicaciones dinámicas. Esto es lo que las vuelve un sistema. La teoría sistemática tiene dos niveles analíticamente distinguibles: el marco de referencia, que es el marco general para la aprehensión de la realidad, y la estructura teórica, constituida por las interrelaciones concretas entre los distintos elementos que la conforman. De la teoría sistemática, así constituida, se pueden derivar, luego, las preguntas para la investigación empírica.

La idea que tiene Parsons sobre el marco de referencia es que este pueda constituir un lenguaje común que facilite la comunicación entre las distintas ramas del mismo campo. Así, el "marco de referencia de la acción" es aquel que él construye con el fin de poder aplicarse en las distintas ciencias de la acción -que serían las ciencias sociales/humanas-. En su caso, el marco lo da la sociología, guía de todas las demás ciencias, ramas de un mismo tronco. Finalmente, la forma en que las distintas teorías dan lugar la una a la otra, a lo largo del tiempo, es a través de lo que denomina "categorías residuales". Estas categorías -marginales o incompletas- de la teoría de un momento dado funcionan como categorías emergentes -redefinidas y puestas en el centro- de la teoría del momento intelectual siguiente (Parsons, 1964; 1979; Fraga, 2014).

En términos cronológicos, el segundo autor que se preocupó de manera sistemática por estas cuestiones fue Jeffrey Alexander, con su propuesta de la "lógica teórica". Alexander postula la existencia de un contínuum teórico-empírico, cuyos polos son, del lado más abstracto, las presuposiciones generales, y del lado más concreto, las observaciones. El contínuum atraviesa toda una serie de puntos entre los que se incluyen, de mayor a menor nivel de teoricidad, las ideologías, los modelos, los conceptos, las definiciones, las clasificaciones, las leyes, las proposiciones, las correlaciones y las asunciones metodológicas. En este contínuum, teoría sería todo lo que se encuentre a la izquierda -es decir, hacia el polo más abstracto- del punto donde uno esté ubicado para realizar su investigación particular. De aquí se desprende que el contínuum se funda en una distinción puramente analítica, y no ontológica, entre los distintos puntos. La teoría no es, entonces, más que una designación conveniente, y su carácter es inevitablemente relacional, relativo y topológico.

Ahora bien, cada uno de los puntos del contínuum, a pesar de estar ligado a los demás, presenta cierta autonomía relativa y, por supuesto, esto también cuenta para la teoría. Autonomía relativa de la teoría significa que las otras variables la limitan y la influyen, pero que ella permanece analíticamente independiente. Esta es su lógica, la lógica teórica, de la cual debe analizarse tanto su interrelación con los otros puntos del contínuum, como sus cualidades propias y aisladas. Por todo esto, la sociología debe ser una ciencia multidimensional: no solo porque tiene, efectivamente, múltiples dimensiones -los puntos del contínuum-, sino porque debe dar cuenta, idealmente, de todos ellos, para no caer en el reduccionismo de la unidimensionalidad. Más allá de este hecho, el autor se dedica con especial énfasis a indagar en el nivel de las presuposiciones generales que subyacen a toda teoría, sea de forma explícita o implícita. Solo al indagar en dichas presuposiciones es posible comparar teorías diversas de manera profunda, trascendiendo las similitudes y las diferencias de superficie (Alexander, 1982; 1991; Bialakowsky, 2013).

Otro autor dedicado a reflexionar sobre estos mismos problemas es George Ritzer, quien lo hizo en torno a su propuesta de la "metateoría". Para Ritzer, todo trabajo teórico se apoya, en última instancia, o parte siempre de, un estudio metateórico. La metateoría es el estudio de las estructuras subyacentes a teorías diferentes y, por consiguiente, de los arcos que pueden trazarse sobre ellas a pesar de sus diferencias. Un estudio metateórico puede tener distintos objetivos: mejorar la comprensión de las teorías existentes; profundizar, desarrollar o mejorar esas teorías, o bien generar teorías nuevas. En los tres casos, que pueden ser excluyentes o complementarios, es requisito previo el análisis de las estructuras que subyacen a dichas teorías, para poder comprenderlas, mejorarlas o utilizarlas en teorías nuevas.

Asimismo, la metateoría, en tanto estudio de las teorías, puede ser de cuatro tipos. Una metateoría de tipo interno-intelectual es aquella que estudia, específicamente, los contenidos de las distintas escuelas y los diferentes paradigmas teóricos de la sociología; una metateoría de tipo externo-intelectual es aquella que estudia las influencias recíprocas entre las teorías sociológicas y las de las demás disciplinas o tradiciones de pensamiento, sociales o naturales; una metateoría de tipo interno-social es aquella abocada a estudiar las redes y las trayectorias de los teóricos sociológicos y la relación entre las redes/trayectorias y las teorías; y, finalmente, una metateoría de tipo externo-social es aquella enfocada en el estudio de las influencias recíprocas entre las teorías sociológicas y el contexto social más amplio.

Como se podrá apreciar, lo dicho anteriormente se funda sobre la premisa de que la teoría sociológica es multiparadigmática, en primer lugar, porque no se trata de una teoría sociológica única, sino de múltiples teorías sociológicas, en plural; esas teorías, por otro lado, no solo se nutren de distintas tradiciones y disciplinas, sino que pueden diferenciarse distintas etapas dentro de la disciplina sociológica misma, pero, sobre todo, porque en una misma etapa de la sociología conviven distintas miradas, sin que una hegemonice a las otras de manera acabada. Además, las distintas teorías en convivencia son dispares: las hay micro y macro, las hay objetivistas y subjetivistas, las hay preocupadas primordialmente por la acción social o por el hecho social, etc., con lo cual puede, efectivamente, decirse que se trata de una ciencia con múltiples paradigmas, de los cuales siempre es necesario dar cuenta y a cuyo análisis cabal solo se puede arribar a partir de estudios metateóricos (Requena, 2000; Ritzer, 1988; 1990; 1992; Zabludovsky, 2002).

En el panorama contemporáneo, se encuentra toda otra serie de propuestas, no tan sistemática ni extensamente desarrolladas, pero que brindan aportes muy útiles. En primer lugar, interesa rescatar la propuesta de Margaret Somers de una "sociología histórica de la formación de conceptos". Esta propuesta gira en torno al estudio de las transformaciones históricas que sufren las lógicas internas de las teorías, es decir, tanto sus fundamentos epistemológicos y sus redes semánticas, como su vocabulario conceptual6.

Por tanto, la sociología histórica de la formación de conceptos presenta tres dimensiones fundamentales. En primer lugar, la reflexividad, que implica tomar el concepto estudiado en cada caso y aplicarlo como instrumento de análisis del mismo; este es el verdadero sentido de una sociología reflexiva, de una sociología "vuelta sobre sí"7. En segundo lugar, la relacionalidad, que implica no estudiar ya conceptos aislados, sino, más bien, redes conceptuales, las cuales implican relaciones de oposición entre sus distintos elementos -y aquí puede verse la influencia del estructura-lismo-, pero también relaciones de cualquier otro tipo -lo cual muestra la influencia general de la teoría de redes-. Finalmente, la última dimensión de la propuesta de Somers es la historicidad, que afirma la necesidad de la contextualización cultural de los conceptos estudiados; se trata de pensar la teoría siempre en función de sus tramas culturales y de sus culturas políticas. Vale aclarar que lo cultural tiene que ver con las influencias intelectuales de las teorías, tanto las que les son contemporáneas a los propios autores, como las que les son heredadas. Una sociología histórica de la formación de conceptos, aunque analiza las transformaciones conceptuales en términos de luchas entre distintos sentidos, no busca encontrar los intereses que los motorizan, sino que analiza las luchas porque parte de la idea de que las teorías y los conceptos son siempre públicos8.

Para la autora, una de las premisas básicas para el análisis de teorías es que todo concepto se inserta en una narrativa, es decir, que adopta la forma de un relato temporal. Ahora bien, cuando una narrativa se naturaliza, se convierte en una "metanarrativa". Una metanarrativa funciona como un constreñimiento teórico inconsciente, que no puede ser desestabilizado ni aun cuando es contrastado con evidencia empírica en contrario. Las metanarrativas presentan una lógica mítica o retórica y, como se sabe -y se verá más adelante con otras propuestas-, ni los mitos ni la retórica requieren de justificación empírica o de fundamentación histórica para resultar operativos. Esto es lo que vuelve tan persistentes en el tiempo a las tramas culturales que dan forma a las metanarrativas de los conceptos utilizados, y son estas persistencias estructurales las que es necesario estudiar (Grondona, 2016; Somers, 1995; 1996; 1997).

En segundo lugar, interesa rescatar la propuesta de Dick Pels y su "geografía política del saber". El punto de partida de la propuesta de Pels es que la sociología se construyó -y se reconstruye todo el tiempo- como una entidad bifaz: por un lado, a partir de la creación de un objeto de estudio -la sociedad- y, por otro, como un proyecto disciplinar, que encontraba su legitimación en el objeto creado. De este modo, construir la sociología implicó, en gran medida, la construcción de un "tercer espacio social", que no es ni el estado ni el mercado, y cuya aparición promueve y justifica el rol de la nueva ciencia. La sociología, en definitiva, se constituyó así a partir de una identidad demarcativa negativa de la sociedad, y es de aquí que deriva la continua ambigüedad en su definición.

La sociedad, en efecto, nunca acaba de definirse del todo, pero el autor considera que sus variantes definiciones pueden agruparse en cuatro grandes grupos. En primer lugar, sobre todo en la tradición alemana de la sociología, la sociedad es pensada como cercana al Estado y, por ello, la sociología misma es concebida como cercana a la filosofía política. En segundo lugar, sobre todo en la tradición anglosajona, la sociedad es pensada como cercana al mercado y, por tanto, la sociología es pensada como cercana a la economía política. En tercer lugar, especialmente en la tradición francesa, la sociedad es pensada como el conjunto de las instituciones intermedias entre el Estado y el mercado, es decir, cercana a la sociedad civil y, por ello, la sociología es concebida como una disciplina totalmente distinguible de las demás, teniendo una entidad propia. Finalmente, hay una cuarta forma de entender a la sociedad, como el conjunto de todas las instancias anteriores -el Estado, el mercado, y las instituciones civiles-, de la cual se deriva una concepción de la sociología como la ciencia madre de todas las demás disciplinas sociales y humanas.

Ahora bien, dado que la tradición francesa fue la única que delimitó más claramente su objeto, respecto de los ya existentes, fue la que habilitó un pensamiento sociológico autónomo, no subsumido al estatismo ni el economicismo, y autorreconocido como tal. De hecho -constata Pels-, son contados los sociólogos ingleses que forman parte del canon teórico, así como lo son los sociólogos alemanes del canon que fueran, realmente, -o se reconocieran como- sociólogos. Evidentemente, el otro modo de autonomizar a la sociología es, al modo parsoniano, proponiéndola como "reina" de todas las ciencias sociales, como se vio anteriormente. Lo relevante es, por un lado, que en todas estas variantes se juegan distintas concepciones de lo social, sea como parte o como todo; por otro lado, cada una de estas concepciones se adecúa y suele hacer uso de ciertas metáforas; típicamente metáforas individualistas versus organicistas, pero, además, por todas estas variantes es que la sociología es una tradición plural o, quizás, un conjunto plural de tradiciones y esto, incluso al interior de una misma tradición cultural nacional.

A pesar de la pluralidad, sin embargo, es interesante notar que la sociología, en cualquiera de sus variantes, promueve la intervención social, sea con el ideal de la organización del mundo a partir del conocimiento social, el ideal de la ingeniería social experta, el de la sociología como asesora de la política, etcétera. La forma de la intervención, evidentemente, depende de la forma de concebir lo social. En este marco, Pels inserta su propuesta metodológica: el trabajo teórico deberá tener en cuenta esta contextualización geopolítica -y otras aún no realizadas, respecto a las tradiciones culturales de regiones menos centrales- cada vez que desee analizar un concepto, una idea o un problema, como se vio en el caso concreto del concepto de sociedad (De Marinis, 2013; Pels, 2001).

Otro autor contemporáneo preocupado por estas mismas cuestiones es Wolfgang Schluchter, quien propone realizar una "historia de la teoría sociológica con propósito sistemático". La idea de una teoría de este cuño es que pueda unificar los niveles individual y estructural del mundo social, a partir de tres conceptos clave: acción, orden y cultura, los cuales remiten a dichos niveles -acción y orden- y a la interacción entre ambos -cultura-. Sistematizar la historia de una teoría no debe confundirse con una suerte de historiografía sociológica, es decir, no debe poner el rastreo histórico como su meta fundamental. Al mismo tiempo, tampoco la sistematización debe considerarse un fin en sí mismo, sino solo un medio para la resolución de problemas concretos en el plano teórico. La meta primordial de la historia de una teoría con propósito sistemático es llegar al "núcleo duro" -a las estructuras fundamentales- de los distintos programas de investigación -o teorías-, para que ellos puedan, luego, competir entre sí, es decir, constituir una pluralidad de opciones en igualdad de condiciones. Todo programa de investigación tiene ciertos presupuestos axiomáticos, y ellos son los que se deben buscar y sistematizar9.

Una propuesta de este tipo presenta tres requisitos fundamentales: la justificación de la selección de autor(es) que se haga en cada caso; la justificación del porqué de la puesta en relación de enfoques distintos -o incluso rivales-, cuando este sea el caso; y el análisis de las convergencias y divergencias entre los programas estudiados. Pero, además, no todo autor, texto, obra o tradición puede ser considerado una teoría en el sentido en el que lo define Schluchter, es decir, como un programa de investigación. Una teoría o programa de investigación debe contar con: a) un núcleo metafísico de carácter antropológico; b) una heurística de la producción de nuevo conocimiento, de carácter epistemológico; c) una metodología, que incluya un instrumental técnico; d) una teoría sobre la relación entre acción, orden y cultura; y e) casos ejemplares empíricos de dicha teoría. Solo las teorías que cumplan todos estos puntos pueden analizarse en sus convergencias y divergencias; si no lo hacen habrá que sistematizarlas a ellas primero, rastreando cada uno de estos elementos (De Marinis, 2008; Pignuoli, 2013; Schluchter, 2008).

Por último, interesa resaltar el aporte de otro autor contemporáneo, Richard Swedberg y su propuesta de "teorización", es decir, de poner el foco en el proceso de la producción de las teorías, en lugar de concebirlas como entidades ya dadas y estáticas. Swedberg parte de la idea de que una teoría se hace, no solo se aplica o se usa10. Ese momento productivo, que se enmarca en lo que la epistemología denomina el "contexto de descubrimiento", no es ni la "pura" aplicación de teorías anteriores, ni la "pura" interacción con la empiria. Se trata de un diálogo abierto entre ambas instancias11. Si bien la teoría requiere, para su desarrollo, de cierta rigurosidad, el momento previo de teorización -el proceso, no el producto- requiere de elementos tales como la imaginación, la creatividad o la flexibilidad. No hacer hincapié en este momento procesual y ver a la teoría como algo ya cerrado y fijo es lo que impide, precisamente, construir nuevas teorías, y creer o bien que solo se pueden aplicar teorías hechas por otros o bien que solo se trata de ver lo que emerge en el trabajo de campo empírico, como si allí no hubiese en juego, inevitablemente, teorías o "pedazos" de teorías.

El proceso de teorización consta de varias etapas: en primer lugar, es necesario elegir un tema; en segundo, hay que nombrar un concepto central; posteriormente, se requiere definir a ese y a los otros conceptos; luego, se trata de construir dispositivos heurísticos (analogías, metáforas, tipologías, etc.); finalmente, el objetivo es unir todo lo anterior elaborando así una explicación general12.

En este punto es necesario detenerse un momento en la distinción existente entre los diferentes dispositivos heurísticos útiles para teorizar. Para Swedberg, tanto las metáforas como las analogías sirven para comprender algo por referencia a otra cosa, pero en el caso de las metáforas hay, además, un vínculo "afectivo" entre los objetos comparados. Los tipos y las categorías, en cambio, sirven para comprender algo clasificándolo en función de algún parámetro, y la diferencia entre ellos radica en que los tipos son conjuntos de categorías. Los cuadros y los gráficos, por último, sirven para comprender algo ordenándolo en el espacio visual, pero mientras los cuadros tienen formas más fijas, los gráficos presentan formas más variables. En cuanto a las explicaciones que se pueden construir, como punto de llegada de la teorización, existen varios tipos. No es lo mismo una explicación teleológica, una funcional, una comparativa o una contrafáctica, por solo nombrar algunas. El objetivo, justamente, es ir combinando todas las alternativas de manera creativa y flexible, a modo de introducción de cierto orden progresivo en la apertura inicial del momento teorizador (Swedberg, 2012; 2016; Trovero, 2015).

Los aportes desde los márgenes de la sociología

Luego de revisar la bibliografía propiamente sociológica respecto a qué es teoría y cómo hacer teoría, se rastrearán ahora reflexiones similares en lo que se ha de nominado los "márgenes" de la sociología. Efectivamente, todas las propuestas en las que se indagará a continuación se construyen en torno a un claro abordaje interdisciplinar, presentando así elementos de la historiografía, la teoría política, la filosofía y, también, la sociología13. Es, justamente, el abordaje interdisciplinar el que permite ver "lo mismo" -aquello por lo que se ha preguntado en este trabajo- de otros modos14. Pero, además, ver lo mismo de otro modo refiere a la discusión respecto al momento de conceptualización de los fenómenos sociales/humanos, siempre nuevos por definición. ¿Deberían usarse viejos conceptos resignificados? ¿Debieran, en cambio, crearse conceptos diferentes cada vez? Lo que todas las propuestas que se verán comparten es la idea de que cada concepto sea bien delimitado cada vez que se utiliza. Es la idea detrás de la palabra la que cuenta, y no tanto la palabra misma.

Sin embargo, es necesario tener en cuenta la historia de los conceptos utilizados, y no solo sus significados contemporáneos a nosotros, pues la historia de un concepto le agrega a este, sobre todo en su uso práctico en la vida social/humana, un sentido extra, que se suma al de la propia definición. De este modo, es necesario dar cuenta de las particularidades de los distintos textos, conceptos o ideas, tanto como de las generalidades que comparten de manera explícita o implícita15. Así, es tan importante analizar al texto como evento de discurso, en su dimensión pragmática, histórica y, en definitiva, acontecimental, como analizar al texto en su dimensión formal, sus lógicas argumentales, su estilo y género discursivo, en la episteme o tradición de pensamiento en la que se inserta. Otro de los puntos en común entre todas las propuestas que siguen es que, en todos los casos, más allá de la relevancia que siempre se da al contexto social o al plano histórico para explicar las ideas o los conceptos, es la aceptación de que las ideas o los conceptos son clave para entender el contexto social o el plano histórico, que ellos tienen un valor intrínseco. En definitiva, el problema fundamental con el que se topará a continuación es el de la temporalidad y la historicidad de los conceptos, ideas o problemas16 (Alvaro et al., 2014).

La primera propuesta que interesa referenciar en este punto es la de la historia intelectual, tal como fue ideada por Quentin Skinner, John Poco*ck y John Dunn. Heredera de la historia de las ideas, promovida por Arthur Lovejoy (enfocada en rastrear ideas-unidad, supuestamente eternas, y construyendo, así, una historia lineal de las mismas), la historia intelectual es, al mismo tiempo, fuertemente crítica de esa corriente predecesora, a la que califica de presentista, es decir, de no ser verdaderamente historicista. Historizar "de verdad" las ideas significa ponerlas en relación con su contexto intelectual, es decir, con el conjunto abierto de ideas asociadas, supuestos subyacentes y efectos históricos, y no interpretarlas desde las categorías del propio tiempo; se trata de prestar especial atención a las condiciones semánticas de la producción de los lenguajes, para evitar caer en el anacronismo al interpretar, lo cual constituye el peor de los vicios posibles. En este sentido, la historicidad de las ideas tiene que ver con sus usos concretos por parte de agentes concretos en situaciones concretas17.

De esta manera, las ideas buscan definirse, se les da una identidad que va modificándose a lo largo de la historia y en el marco de su contexto de origen. Por ello, el historiador intelectual le otorga valor a la univocidad, pues pretende llegar a la definición históricamente acertada de cada idea que analiza. Si es difícil definirlas es porque las ideas cambian a lo largo de la historia. La historia intelectual, además, trabaja con conjuntos de ideas, y no tanto con palabras singulares, como la antecesora historia de las ideas y, por otro lado, amplía el foco a autores y obras no necesariamente canónicos, propuesta que resulta sumamente rescatable. En cuanto a la relación texto-contexto, pone el foco en su indisociabilidad18: estudia, sobre todo, los diálogos entre los distintos enunciados, reconstruyéndolos en el marco de su propia época19. Al hacerlo, indaga en la intención que tuvo el autor al hacer un enunciado, interpretación que fundamenta, principalmente, a partir de la introducción de datos biográficos e históricos, lo cual la pone en riesgo de derivar en una biografía intelectual, útil en general, pero no mucho para la construcción de teorías nuevas.

No obstante, es de por sí difícil creer que cualquier autor tiene acceso a su propia intencionalidad en forma clara, consciente y absoluta; menos aún, entonces, lo puede tener el historiador y, sobre todo, si existe una brecha epocal20. Independientemente de esta crítica, se concuerda con la historia intelectual en tanto concibe al lenguaje como una "escena" que puede ser controversial o cooperativa, pero siempre de intercambio, por lo cual lo define como un uso público. El foco está así puesto en lo innovador, lo singular y lo rupturista o, en otras palabras, en la dimensión agencial de los textos, con el riesgo consecuente de perder de vista las continuidades y regularidades producidas por el carácter dado y predecesor del lenguaje, es decir, con el riesgo de perder de vista la dimensión estructural y condicionada parcialmente de los textos (Dunn, 1968; Lovejoy, 1948; Poco*ck, 1996; 2001; Skinner, 1990; 2000; Vilanou, 2006).

Otra de las propuestas que, desde los márgenes de la sociología, reflexiona sobre cómo trabajar en el plano teórico, es la de la historia conceptual de Reinhart Koselleck y sus colegas Otto Brunner y Werner Conze. Heredera de la tradición hermenéutica, la historia conceptual trabaja con palabras particulares que son los conceptos, los cuales son definidos como contenedores de la historia de sus propios significados. Dentro del campo de los conceptos se encuentran, incluso, a los "conceptos históricos fundamentales", aquellas entidades complejas indispensables para comprender los temas sobresalientes de una época dada. La historicidad de los conceptos tiene que ver con su construcción misma: estos no pueden asumirse como permanentes, dado que se despliegan sobre el plano cronológico de la historia.

La historia de los conceptos, así entendida, no es una historia de las palabras, porque no toda palabra es un concepto, no toda palabra condensa la historia. En cambio, estudia las condiciones mismas de posibilidad de los conceptos: sus condiciones enunciativas, que conforman el plano conceptual, y sus condiciones políticas, que constituyen el plano histórico. Ambas instancias no se agotan, sino que se complementan21. Sin embargo, en cuanto a la relación texto-contexto, la historia conceptual pone el foco en la autonomía relativa de los conceptos respecto de la historia22. Más precisamente, estudia la zona de convergencia entre concepto e historia, donde cristalizan, conceptualmente, las experiencias históricas.

Por su parte, los conceptos son aquellos emergentes que, justamente, convierten a los hechos en experiencia. Más aún, los conceptos son indefinibles, tienen ellos mismos una historia, y no solo se modifican por el paso de ella. No pueden definirse los conceptos porque no logran estabilizar su contenido, lo cual implica concebir que la temporalidad es también interna a los propios discursos, no solo externa a ellos: los conceptos únicamente se definen por su "incompletitud ontológica". Aquí el valor proclamado es el de la plurivocidad, pues se pretende captar toda la variabilidad condensada en cada concepto23. No se busca saber qué dijo cada autor histórico sobre un concepto dado, sino cómo fue surgiendo la estructura semántica que habilitó que los autores dijeran lo que dijeron sobre él.

En este caso, lo que se intenta es reconstruir el horizonte de posibilidad de los conceptos que, por ello, no solo son concebidos como sustancias, sino, más bien, como formas. Lo relevante no es tanto su contenido como su lógica, que es la que habilita los potenciales contenidos. Se busca entonces reconstruir, precisamente, esas operaciones argumentativas, descubrir en las huellas lingüísticas del texto sus propias condiciones de producción, ese estrato primitivo que siempre es tácito24. En definitiva, los conceptos no solo surgen en una época y, por ello, deben comprenderse en el marco de dicho momento, sino que, además, son indispensables para comprenderlo. No habría que perder de vista que la plurivocidad de los conceptos es un producto de su historia interna y externa, pero, además, esa misma historia es un producto de las disputas contemporáneas de sentido (Brunner; Conze; Koselleck, 2009; Koselleck 1993; 2004; Torres, 2010).

Una deriva particularmente interesante de la historia conceptual es la propuesta de la metaforología, de Hans Blumenberg. Desde su perspectiva, se trata de estudiar no ya los conceptos con sus definiciones, sino aquel otro tipo de palabras que se utilizan cuando las definiciones y los conceptos no alcanzan: las metáforas. Estas aparecen cuando se rebasa el horizonte de sentido conceptual, cuando parece ser imposible articular los conceptos. Las metáforas, así, son sustitutos de esos conceptos imposibles. Las metáforas remiten a una realidad más "primitiva" que la de los conceptos, a una realidad anterior, prediscursiva y extradiscursiva: en una palabra, que excede el discurso. Este plano trascendente no es el de la realidad empírica, cruda, sino el de las metáforas absolutas. El universo, en esta concepción, se encuentra pluriestratificado: metáforas y conceptos son dos estratos distintos, pero de mutua interpenetración en el nivel que aquí se ha denominado teórico.

Según explica Blumenberg, las metáforas suelen estar asociadas a mitos o a "imágenes catacréticas", lo cual permite apelar a totalidades de manera inmediata, que, de otro modo, resultarían innombrables, por lo complejas, heterogéneas e inabarcables25. La palabra misma, metáfora, proviene de metafora, lo que significa "poner en otro lugar", es decir, investir a una realidad de un simbolismo con orígenes en otra realidad, como se ha visto anteriormente. Así, hablar por ejemplo de destino o bien de historia, de dios o bien de sujeto, etc., son todas metáforas, son todas formas distintas de comprender lo mismo: aunque siempre de manera mítica, pero en algunos casos mediante un mito religioso y en otros casos mediante uno secular (Blumenberg, 1995; 2003; Guerra, 2010; Ros, 2010; 2011a; 2011b; 2012).

Por último, es importante rescatar la propuesta de problematización que realiza Robert Castel, haciendo eco del pensamiento de Michel Foucault. Para Castel, un problema es un constructo al que se arriba a partir de ciertos elementos visibles en un momento y lugar dados. Incluso se puede reproblematizar un problema tematizado anteriormente, en cuyo caso se desarma ese constructo y se articula una serie nueva de elementos. Así, acudir a fenómenos existentes -en el plano de la acción, por medio de la observación y su decantamiento textual- o a su problematización -en el plano teórico, por medio de fuentes secundarias- tiene el mismo estatuto epistémico.

Una unidad problemática, por otro lado, no tiene por qué ser -y en general nunca es- hom*ogénea. Lo que la constituye en unidad son los haces de interrogantes que le dan forma, y la multiplicidad de relaciones y voces que de ellas emergen. De hecho, en este tipo de abordaje se quiebran las unidades autorales, disciplinarias y de tradiciones o escuelas: eso es pensar verdaderamente en torno a problemas (no a autores, disciplinas, tradiciones o escuelas). Analizar un problema es tomar por objeto a la historia misma. El uso de la historia que hacen los distintos cientistas sociales (por ejemplo, los sociólogos) está en función directa del problema del presente que quieren analizar, es decir, que variará su definición de acuerdo a su problema de estudio, siempre actual. El anacronismo, de este modo, no resulta algo criticable, puesto que toda interpretación se hace desde el presente y deja, asimismo, de ser tan importante la reconstrucción del pasado, porque lo que se busca, más bien, es trazar una genealogía del presente: el pasado es siempre una construcción desde un presente dado.

Así, el recorte de fuentes (textos, autores, períodos o, incluso, hechos) que se haga en cada caso de investigación siempre es hecho en función de la problemática particular construida, no habiendo por ello técnicas ni reglas predefinidas26. La clave es lograr que el punto de llegada -las conclusiones- de la investigación no sea una pura repetición del punto de partida -premisas, supuestos-, sino algo verdaderamente diferente, novedoso, productivo. A diferencia del trabajo historiográfico, en la problematización del presente no hay deber de utilizar toda la documentación disponible sobre un tema, sino solo la que sirve a la serie construida. Lo esencial es, por así decir, elegir bien, tanto la datación del problema -comienzo y fin-, como las transformaciones del mismo -cómo recortar sus distintas etapas-. Marcar etapas de un problema supone buscar la regularidad en la dispersión, por eso la idea de Castel es que los problemas sufren metamorfosis o transformaciones, pero no cambios en un sentido esencial o evolutivo: se trata siempre de cambios al interior de lo mismo, de un mismo gran problema (Aguilar; Glozman; Grondona; Haidar, 2014; Castel, 2001; Foucault, 2008).

Conclusiones

Después de rastrear aquellas reflexiones sobre qué es la teoría y cómo se trabaja en teoría, tanto dentro de la disciplina sociológica como en sus márgenes, se está preparado para esbozar algunas conclusiones. En primer lugar, es necesario notar que lo que estas escuelas comparten es la crítica a la concepción del plano ideal/conceptual/teórico como mero epifenómeno o reflejo del plano material/histórico/ empírico. Es por ello que ese primer plano debe ser concebido y estudiado como si tuviera una autonomía relativa o una entidad propia y de peso, pues ella es determinante para la mejor comprensión, explicación e, incluso, transformación del plano material/histórico/empírico.

En efecto, los textos, discursos o enunciados no solo dicen cosas, sino que también hacen cosas. Así, se construyen su propio contexto, el cual, a su vez, puede ser analíticamente dividido en una instancia de lo social propiamente dicho y otra instancia que se puede denominar contexto intelectual. Los textos, discursos o enunciados ayudan a construir los contextos que, también, les dan forma y les permiten emerger, y no solo idealmente, sino materialmente, puesto que intervienen en él de maneras efectivas y concretas. Pero las lógicas de este plano ideal/conceptual/teórico funcionan con base en supuestos, ficciones, estilizaciones, que no son evidentes y que, por ello, es necesario indagar con cuidado y poner de relieve. Si uno se limita a estudiar el contexto, es decir, el plano material/histórico/empírico, seguirá sin comprender las interpretaciones del mismo que fueron contemporáneas a ese contexto y que ayudaron a darle forma, allí y de allí en más, hasta el presente en el que se realiza el estudio. En otras palabras, se puede afirmar que lo simbólico no es algo meramente representacional ni subjetivo, sino que es inherentemente constitutivo de las prácticas y, por ello, tiene correlatos materiales.

Ahora bien: no es exactamente lo mismo reconstruir los sentidos de un concepto, idea, teoría, problema, discurso, enunciado o texto, por una preocupación intelectual, que poner esos sentidos en uso, cual herramientas, por una preocupación política. En el primer caso, uno debe extrañarse del objeto estudiado, para poder captarlo con cierta perspectiva, para poder interpretarlo en sus propios términos; en el segundo caso, en cambio, uno debe apropiarse de esos sentidos, adaptarlos y resignificarlos en función de ciertas necesidades concretas. Se trata del pasaje de la necesidad de historización a la urgencia del presente, pero, en todos los casos, lo relevante es no olvidar que, para poner en uso un concepto, idea, teoría, problema, discurso, enunciado o texto, siempre se debe, primero, estudiarlo y que, del mismo modo pero al revés, esta es una tarea siempre motorizada, aunque, quizás de manera parcial, inconsciente o implícita, por una urgencia práctica, un problema histórico, una necesidad social o un objetivo político.

Así, queda claro que la tarea intelectual y la política van siempre de la mano, aunque puedan y deban distinguirse analíticamente. Emerge entonces aquí la noción de trabajo teórico como forma de intervención en el espacio público, que remite, a su vez, a la noción de trabajo intelectual con toda la carga que, tradicionalmente, implica este papel tan singular en el seno de toda sociedad.

¿Qué es, cómo se hace y para qué sirve la teoría.? Aportes desde la sociología y sus márgenes (2024)
Top Articles
Latest Posts
Article information

Author: Rubie Ullrich

Last Updated:

Views: 5382

Rating: 4.1 / 5 (52 voted)

Reviews: 83% of readers found this page helpful

Author information

Name: Rubie Ullrich

Birthday: 1998-02-02

Address: 743 Stoltenberg Center, Genovevaville, NJ 59925-3119

Phone: +2202978377583

Job: Administration Engineer

Hobby: Surfing, Sailing, Listening to music, Web surfing, Kitesurfing, Geocaching, Backpacking

Introduction: My name is Rubie Ullrich, I am a enthusiastic, perfect, tender, vivacious, talented, famous, delightful person who loves writing and wants to share my knowledge and understanding with you.